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viernes, 15 de junio de 2012

Ebook ereader libro electrónico descarga gratis epub pdf LA CIVILIZACION DEL ESPECTACULO MARIO VARGAS LLOSA click here download Descargar


En su más reciente libro, el Premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa analiza cómo el abandono de las artes y la literatura, el éxito del periodismo amarillista y la superficialidad de la política son síntomas de un profundo mal que aqueja a la sociedad de nuestros días: la idea temeraria de convertir en bien supremo nuestra natural propensión a divertirnos. Vivimos, pues, en La civilización del espectáculo.
Mario Vargas Llosa. / EFE 
 Mario Vargas Llosa. / EFE

“El intelectual sólo interesa si sigue el juego de moda y se vuelve un bufón”, dice Vargas Llosa en su texto La civilización del espectáculo, donde eleva una denuncia contra la excesiva importancia que se les da en el mundo contemporáneo al entretenimiento y la diversión.
En uno de los apartes más polémicos, el peruano predice: “la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”, para luego asegurar: “En esta cultura de oropel imperante, las estrellas de la televisión y los grandes futbolistas ejercen la influencia que antes tenían los profesores, los pensadores y (antes todavía) los teólogos”.
«La cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer»
Mario Vargas Llosa
La banalización de las artes y la literatura, el triunfo del periodismo amarillista y la frivolidad de la política son síntomas de un mal mayor que aqueja a la sociedad contemporánea: la idea temeraria de convertir en bien supremo nuestra natural propensión a divertirnos. En el pasado, la cultura fue una especie de conciencia que impedía dar la espalda a la realidad. Ahora, actúa como mecanismo de distracción y entretenimiento. La figura del intelectual, que estructuró todo el siglo XX, hoy ha desaparecido del debate público. Aunque algunos firmen manifiestos o participen en polémicas, lo cierto es que su repercusión en la sociedad es mínima. Conscientes de la esta situación, muchos han optado por el discreto silencio. Como buen espíritu incómodo, Vargas Llosa nos entrega una durísima radiografía de nuestro tiempo y nuestra cultura.
«Este pequeño ensayo no aspira a abultar el elevado número de interpretaciones sobre la cultura contemporánea, sólo a dejar constancia de la metamorfosis que ha experimentado lo que se entendía aún por cultura cuando mi generación entró a la escuela o a la universidad y la abigarrada materia que la ha sustituido, una impostura que parece haberse realizado con facilidad, en la aquiescencia general.» 


«La cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer». Así como en el pasado, la cultura fue como una conciencia que impedía dar la espalda a la realidad, ahora actúa como mecanismo de distracción y entretenimiento. Los intelectuales, cuyas figuras estructuraron el siglo pasado, hoy están ausentes del debate público. Su repercusión en la sociedad es mínima, más allá de que aún se los encuentre firmando manifiestos o participando en polémicas. Conscientes de esta situación, muchos han optado por el discreto silencio.
Pero Vargas Llosa no se conforma, y entrega esta dura radiografía de nuestro tiempo y nuestra cultura. «Este pequeño ensayo no aspira a abultar el elevado número de interpretaciones sobre la cultura contemporánea, sólo a dejar constancia de la metamorfosis que ha experimentado lo que se entendía aún por cultura cuando mi generación entró a la escuela o a la universidad y la abigarrada materia que la ha sustituido, una impostura que parece haberse realizado con facilidad, en la aquiescencia general.»
Ganador de los más importantes premios de la literatura, como el Planeta, el Cervantes, el Príncipe de Asturias y el Premio Nobel de Literatura 2010, de este mismo autor hemos reseñado varias de sus obras, como por ejemplo
En el libro, que Alfaguara publica ahora en España y que paulatinamente se irá distribuyendo en América latina, el escritor peruano pronostica la desaparición de la cultura, "en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo", y constata "el eclipse" del intelectual en la sociedad actual. "El intelectual sólo interesa si sigue el juego de moda y se vuelve un bufón", escribe Vargas Llosa en su nuevo ensayo, un libro valiente y lúcido con el que denuncia la excesiva importancia que se le da al entretenimiento y a la diversión en nuestro mundo. Querer divertirse "es legítimo", afirma el Premio Nobel de Literatura, pero convertirlo en un valor supremo tiene sus consecuencias: "La banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo".
Ese afán de diversión influye en la literatura y hace que la que triunfe sea la light, y tiene también como consecuencia que la crítica literaria, tan necesaria para arrojar luz en el confuso panorama cultural, tenga una influencia cada vez menor.
El escritor también critica el gran espacio que se les dedica en la actualidad a la moda y a la cocina en las secciones de cultura. Los chefs y los modistos tienen ahora "el protagonismo que antes tenían los científicos, los compositores y los filósofos", señala Vargas Llosa en su ensayo, el primer libro que escribe después de ganar el Nobel.
En esta cultura "de oropel" imperante, "las estrellas de la televisión y los grandes futbolistas ejercen la influencia que antes tenían los profesores, los pensadores y [antes todavía] los teólogos", añade el autor de novelas tan esenciales, como La casa verde , Conversación en la Catedral o La fiesta del Chivo .


Claudio Pérez, enviado especial de El País a Nueva York para informar sobre la crisis financiera, escribe, en su crónica del viernes 19 de septiembre de 2008: “Los tabloides de Nueva York van como locos buscando un brokerque se arroje al vacío desde uno de los imponentes rascacielos que albergan los grandes bancos de inversión, los ídolos caídos que el huracán financiero va convirtiendo en cenizas.” Retengamos un momento esta imagen en la memoria: una muchedumbre de fotógrafos, de paparazzi, avizorando las alturas, con las cámaras listas, para capturar al primer suicida que dé encarnación gráfica, dramática y espectacular a la hecatombe financiera que ha volatilizado billones de dólares y hundido en la ruina a grandes empresas e innumerables ciudadanos. No creo que haya una imagen que resuma mejor el tema de mi charla: la civilización del espectáculo.
Me parece que esta es la mejor manera de definir la civilización de nuestro tiempo, que comparten los países occidentales, los que, sin serlo, han alcanzado altos niveles de desarrollo en Asia, y muchos del llamado Tercer Mundo.
¿Qué quiero decir con civilización del espectáculo? La de un mundo en el que el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros de una sociedad que quieran dar solaz, esparcimiento, humor y diversión a unas vidas encuadradas por lo general en rutinas deprimentes y a veces embrutecedoras. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias a veces inesperadas. Entre ellas la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y, en el campo específico de 
la información, la proliferación del periodismo irresponsable, el que se alimenta de la chismografía y el escándalo.
¿Qué ha hecho que Occidente haya ido deslizándose hacia la civilización del espectáculo? El bienestar que siguió a los años de privaciones de la Segunda Guerra Mundial y la escasez de los primeros años de la posguerra. Luego de esa etapa durísima, siguió un periodo de extraordinario desarrollo económico. En todas las sociedades democráticas y liberales de Europa y América del Norte las clases medias crecieron como la espuma, se intensificó la movilidad social y se produjo, al mismo tiempo, una notable apertura de los parámetros morales, empezando por la vida sexual, tradicionalmente frenada por las iglesias y el laicismo pacato de las organizaciones políticas, tanto de derecha como de izquierda. El bienestar, la libertad de costumbres y el espacio creciente ocupado por el ocio en el mundo desarrollado constituyó un estímulo notable para que proliferaran como nunca antes las industrias del entretenimiento, promovidas por la publicidad, madre y maestra mágica de nuestro tiempo. De este modo, sistemático y a la vez insensible, divertirse, no aburrirse, evitar lo que perturba, preocupa y angustia, pasó a ser, para sectores sociales cada vez más amplios, de la cúspide a la base de la pirámide social, un mandato generacional, eso que Ortega y Gasset llamaba “el espíritu de nuestro tiempo”, el dios sabroso, regalón y frívolo al que todos, sabiéndolo o no, rendimos pleitesía desde hace por lo menos medio siglo, y cada día más.
Otro factor, no menos importante, para la forja de la civilización del espectáculo ha sido la democratización de la cultura. Se trata de un fenómeno altamente positivo, sin duda, que nació de una voluntad altruista: que la cultura no podía seguir siendo el patrimonio de una élite, que una sociedad liberal y democrática tenía la obligación moral de poner la cultura al alcance de todos, mediante la educación, pero también la promoción y subvención de las artes, las letras y todas las manifestaciones culturales. Esta loable filosofía ha tenido en muchos casos el indeseado efecto de la trivialización y adocenamiento de la vida cultural, donde cierto facilismo formal y la superficialidad de los contenidos de los productos culturales se justificaban en razón del propósito cívico de llegar al mayor número de usuarios. La cantidad a expensas de la calidad. Este criterio, proclive a las peores demagogias en el dominio político, en el cultural ha causado reverberaciones imprevistas, entre ellas la desaparición de la alta cultura, obligatoriamente minoritaria por la complejidad y a veces hermetismo de sus claves y códigos, y la masificación de la idea misma de cultura. Esta ha pasado ahora a tener casi exclusivamente la acepción que ella adopta en el discurso antropológico, es decir, la cultura son todas las manifestaciones de la vida de una comunidad: su lengua, sus creencias, sus usos y costumbres, su indumentaria, sus técnicas, y, en suma, todo lo que en ella se practica, evita, respeta y abomina. Cuando la idea de la cultura torna a ser una amalgama semejante es poco menos que inevitable que ella pueda llegar a ser entendida, apenas, como una manera divertida de pasar el tiempo. Desde luego que la cultura puede ser también eso, pero si termina por ser sólo eso se desnaturaliza y se deprecia: todo lo que forma parte de ella se iguala y uniformiza al extremo de que una ópera de Wagner, la filosofía de Kant, un concierto de los Rolling Stones y una función del Cirque du Soleil se equivalen.

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introduccion sinopsis

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